domingo, 20 de fevereiro de 2011

Entrevista com bispo Fritz Lobinger (África do Sul)


Publicado el 18.02.2011

Lleva años pensando y escribiendo sobre esta propuesta de dos formas complementarias de ministerio presbiteral en la Iglesia católica. ¿Cuándo y cómo comenzó a reflexionar sobre esta propuesta?

Empecé ya a reflexionar sobre ello en la década de 1970, cuando vi con mis propios ojos cómo muchas comunidades sin curas residentes estaban ansiosas de poder ejercer los ministerios desde ellas mismas, haciendo voluntariamente ese trabajo. No sólo lo he visto de forma aislada, sino en muchísimas ocasiones. Y no sólo en mi diócesis, sino en muchos países de África, Asia y América Latina. He visto que estos ministros voluntarios han funcionado bien durante muchos años. Ante esta realidad, me pregunté: si las comunidades pueden ejercer tantos ministerios, ¿no es nuestro deber confiarles también el ministerio ordenado? (...)

¿Esta propuesta de ordenar presbíteros en las comunidades es algo nuevo o ya existía en la gran tradición de la Iglesia?

La ordenación de los líderes locales voluntarios ha sido la norma en la Iglesia durante algunos siglos. Leemos en la Biblia, en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 14, cómo san Pablo lo hizo cuando él y sus compañeros visitaron las comunidades de reciente formación: “En cada una de estas comunidades a las que visitaron, ordenaron ancianos”. Esto significa que en cada pequeña comunidad cristiana no sólo había uno, sino varios líderes ordenados. Ninguno de ellos era asalariado de la Iglesia, sino que todos siguieron en su trabajo secular. Durante algunos siglos, era evidente que había presbíteros que no se enviaban a la comunidad, sino que surgían de dentro de ella. En la práctica oficial de la Iglesia, lo que una vez ha sido aceptado, puede volver a ser aceptado hoy día. Es un modelo que se nos permite seguir. Es, además, muy conveniente para nuestros tiempos. En estos días se observa un afán nuevo de los laicos para participar activamente en la Iglesia, y también sufrimos una grave escasez de sacerdotes. Por tanto, es imperativo para nosotros retomar esa tradición venerable de la Iglesia de ordenar a los líderes locales probados.

¿Qué aspectos de la propuesta podrían propiciar un consenso entre los diversos sectores de la Iglesia?

El consenso sólo será posible en la Iglesia si queda claro que la propuesta no destruye el sacerdocio existente. En este momento, muchos obispos tienen miedo de que la ordenación de los líderes locales ponga en peligro a los sacerdotes actuales. La forma actual del sacerdocio seguirá siendo como es, incluso puede salir beneficiada, si una segunda forma emerge junto a ella, de tal manera que las dos formas se necesiten y se refuercen mutuamente. Tampoco pedimos “sacerdotes casados”, contraponiéndolos a lo que algunos pueden vivir como elevado ideal de entrega total y espiritualidad específica del sacerdote célibe. Nosotros pedimos la ordenación de los líderes locales. Por supuesto, estos líderes locales son gente madura, en general, casada, pero nuestro objetivo es que sean personas que procedan de la comunidad. Y los actuales sacerdotes seguirán junto a ellos, como hasta ahora. (...)

Insiste en que los nuevos “ministros ordenados” no traten de imitar la forma actual del sacerdocio. ¿Por qué?

Sí, eso me parece muy importante. Y por varias razones. Una es que los presbíteros voluntarios –con una vida similar a la del resto de los fieles en cuanto a familia, trabajo, etc.– quedarían sobrecargados, porque la gente esperaría, entonces, demasiado de ellos. Por otra parte, los actuales sacerdotes se sentirían degradados, porque entenderían que los presbíteros voluntarios harían lo mismo que ellos, sin tanta formación y sin la renuncia que implica el celibato. Además, tal vez, entre los jóvenes no se diferenciaría una vocación específica como la del presbítero célibe con total disponibilidad. Y la comunidad seguiría siendo pasiva, porque los nuevos ministros ordenados otra vez iban a hacer todo por ellos. Por ello, creo que ayuda a la diferenciación el criterio de que no se ordene nunca sólo a un líder, sino siempre a dos o tres en cada comunidad, es decir, a un equipo pequeño.

¿Cuáles son las ventajas del “equipo de ministros ordenados” en comparación con un solo ministro ordenado?

Si sólo se ordenara a una persona en cada lugar, este ministro local ordenado puede parecer demasiado similar a un sacerdote a tiempo completo. La gente esperaría tanto de esa persona como del cura actual. Esto significa que la propia persona ordenada se sentirá frustrada, y lo mismo ocurrirá con el resto de la comunidad. Esto aligeraría de tareas a cada miembro del equipo, que de esta forma no quedarían sobrecargados. Además, a muchos líderes que trabajan muy bien no les gusta ser la única persona ordenada en la comunidad. Prefieren unirse a un equipo, asumir la responsabilidad juntos y seguir siendo como el resto de los habitantes. (...)

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